miércoles, 1 de noviembre de 2017

RIVADAVIA ROQUERA: MATE -BANDA "METALEBRIA"-



(Reproducción: Tiempo del Este. Autor de la nota: Roberto Mercado)




Mate y venga, rock and roll






Aunque sin las 33 de mano, esta banda levanta la apuesta en el rock metálico local




Basados en esa expresión tan particular del Truco pidiendo al compañero que “mate y venga”, la banda rivadaviense de rock metálico Mate ha tomado la música como forma de transformación social. Algo así como: hágase cargo y vamos juntos.


Sin escaparle al bulto de la realidad social y política del país, y con canciones “bien argentas” que van mucho más allá de la mera queja, Emiliano Di Césare en guitarra, Didier Videla en bajo, Jorge Cáceres en batería y Adrián Tarditto en voz, vienen desandando un camino musical desde el 2013 a la fecha.


La tarea no ha sido fácil, teniendo en cuenta muchos prejuicios que hay alrededor del rock, y en particular del heavy metal, pero el compromiso es superior y allá van en busca de derribar esos mitos y leyendas urbanas intentando sumar a todo el público posible a su propuesta artística.


Historial metálico


En esta corta trayectoria la banda ya cuenta con experiencias muy interesantes, vividas en importantes escenarios locales. Dos festivales Rivadavia Canta al País, en su noche rockera, dos Ferrocarril Rock y actuaciones en San Rafael y Ciudad, por solo nombrar algunas, han ido afiatando la propuesta y sumando un público fiel.


Así, un grupo de jóvenes, autodenominados “metalebrios”, los siguen a cuanto lugar vayan a tocar.
Por estos días están grabando un disco, de un tema cada tanto por cuestiones económicas, mientras suben sus videos en youtube. La idea es plasmar en una placa un repertorio propio, sin versionar clásico alguno.


En el plano creativo se reparten la tarea. Las músicas son de Emiliano Di Césare y las letras de Adrián Tarditto. La forma que les ha dado resultado es la de adaptar textos ya escritos a músicas nuevas que van saliendo. Alpargateando la lleca o El Circo del rey Momo se están convirtiendo en clásicos de la banda.


Lo singular está dado por un toque tanguero aplicado a las composiciones, buscando decir los textos y que estos no se pierdan en la polenta de la banda.


Abriendo el abanico de público


“Hay un fenómeno que está sucediendo y es la captación de cierto público que no estaba contenido en ningún lado. A ese grupo de pibes de entre 16 a 20 años que nos siguen a todos los toques, vamos sumando  a gente de otros gustos musicales, sin olvidar a las familias.


No somos bichos raros. Respetamos al público con valores, cultura, etc. Somos laburantes, jefes de familia o estudiantes que nos juntamos a ensayar con muchas ganas más allá de si hay actuación o no.


Para ello formamos la agrupación  MUDE (músicos del Este), junto a la banda Dragones, a las que se nos han sumado otras diez, con la intención de desmitificar todas las atrocidades que hay alrededor del rock, y en especial del metal. Para que no se asocie esta forma musical a lo satánico o drogadictos, etc. Si bien cuesta sacar de la cabeza de la gente este prejuicio, poco a poco lo vamos logrando.


Reconocemos a los Campamentos Latinoamericanos de Música Popular como la última gran expresión cultural en la Zona Este. De ahí para acá, muy poco. Si bien se hicieron recitales, festivales o eventos ocasionales, hay que retomar aquella dirección.


Ahora estamos trabajando en el Noviembre Solidario, un festival que ocupará los cuatro sábados en noviembre en el Teatro Luis Encio Bianchi, donde lo recaudado cada noche será a beneficio de distintas instituciones del departamento. El 18 será el turno de Mate…”, expresó el vocalista.
Será cuestión de asomar la nariz en este ciclo de shows de noviembre para ver de qué se trata. No se vaya al mazo, mate y vaya al pie!


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Enlace de la publicación: http://tiempodeleste.com/mate-y-venga-rock-and-roll/

jueves, 21 de septiembre de 2017

martes, 29 de agosto de 2017

100 AÑOS: ESCUELA FRANCISCO HUMBERTO TOLOSA

Nota de la Redacción de NOTICIAS IPI.-
El diario Los Andes hace referencia a "una página local", sin mencionar la fuente.
Se refiere al escrito de la nota de CARTA ABIERTA A Los Ciudadanos de Rivadavia,
que fue reproducida posteriormente en RIVADAVIA SOCIEDAD Y CULTURA



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(Reproducción Diario Los Andes. Texto: Javier Hernández. Fotografías: Patricio Caneo)






Lunes, 28 de agosto de 2017
  • Los Andes. Edición impresa
  • La escuela Tolosa, cuna de maestros,

    cumple un siglo

    Considerada un faro en la educación regional, se formaron allí centenares de docentes. Hoy dicta clases en cuatro niveles y estudian o trabajan casi 5.000 personas.



    En los próximos días, la escuela Profesor Francisco Tolosa cumple cien años y es por eso que el viernes habrá festejo en Rivadavia, con un acto en el patio del establecimiento.


    En medio del preparativo de los docentes para el homenaje, que ya lleva diez meses de trabajo y que tiene a todos emocionados, la gente que quiere a la Tolosa destaca su evidente trayectoria y recuerda aquello que la distingue: a lo largo de casi todo el siglo pasado, en sus aulas estudiaron centenares de futuros maestros, que ya con el título en mano salieron a enseñar y a dar clases por las escuelas de la región.


    Con el tiempo, la Tolosa se ha convertido en una estructura enorme y hoy, es la única escuela de Rivadavia que dicta los cuatro niveles de la educación, desde el inicial al terciario y así, en una ingeniería de horarios y optimización de los espacios, a lo largo del día pasan por sus aulas cerca de 5.000 personas, entre alumnos y docentes.


    “Los chicos de la secundaria cursan en la mañana, los de la primaria por la tarde y en planta baja, el terciario tiene clases de 8 a 22 en el primer piso y los niños del jardín su propio edificio junto al nuestro”, detalla Patricia Abraham, rectora de un establecimiento que tiene además, cuatro directores: “Con tantos alumnos cursando todo el tiempo, no tenemos pausa ni espacios muertos en ningún momento”, dice con una sonrisa, mientras ordena papeles sobre su escritorio y hace lugar para un café que convida.


    La escuela nació en 1917 por decreto presidencial de Hipólito Yrigoyen y abrió un 2 de setiembre, con el nombre de escuela Normal Mixta y la tarea de formar preceptores que, con un par años de estudio, salían como ayudantes de maestros. “Hay que tener en cuenta el contexto en el que se crea esta escuela”, pide el historiador Gustavo Capone: “En esos años, Rivadavia ya mostraba un gran desarrollo, la bodega Gargantini, por ejemplo, tenía mil obreros y había otras 40 empresas con 300 empleados de promedio; Rivadavia tenía su banda de música, teatro y cine, hoteles, una biblioteca importante y estaba además el ferrocarril; todo ese sector productivo y cultural tan pujante, que llevó a duplicar la población del departamento entre los censos de 1895 y 1914, requería de muchas escuelas primarias y en la región eran más de 25; por eso había mucha necesidad de nuevos maestros y de una escuela que los preparara”.


    Y aunque la escuela Normal comenzó dando estudios para celador, al poco tiempo fue jerarquizada con el título de maestro nacional y regional. De esa recategorización a que abriera su propio nivel primario hubo solo un paso y fue entonces, frente a esos pequeños alumnos, que los nuevos docentes hacían sus prácticas.


     La escuela tuvo su primer domicilio en un viejo bodegón alquilado en la esquina de lo que hoy es San Isidro y Alem y funcionó allí hasta 1940, cuando se mudó a otro caserón, también alquilado, en la esquina de San Isidro y Fleming, donde ocupó un terreno de más de dos hectáreas junto a la comisaría y al registro civil, muy cerca también de la parroquia.


    “Ahí la escuela tenía sus aulas y sus galpones, pero también sus granjas, conejeras y gallineros; había colmenas que atendían los muchachos y un corral con animales; luego estaban la cocina y el campo de deporte”, recuerda Florinda 'Yeyi' Seoane, que fue alumna, pero también docente y directora de la Tolosa.


    Había materias teóricas y práctica, muchas de ellas pensadas para dictar clases en las escuelas rurales de la región: “Se preparaba al maestro para ir a enseñar a los niños del campo, por eso la granja escolar era tan importante y hasta los docentes compraban huevos producidos en la escuela; una granja que servía para aprender pero también para dar de comer a los alumnos que venían de lejos y que por 50 centavos tenían un almuerzo nutritivo”, cuenta Yeyi Seoane y sigue entusiasmada: “Las niñas aprendíamos a cocinar, servíamos un almuerzo con postre y luego limpiábamos todo. Eso se hacía bajo la supervisión de la maestra de Cocina y le hablo de lo que ocurría en los años 50”.


    Con mucho esfuerzo de la comunidad escolar y con lo recaudado en rifas, ferias y bailes, la cooperadora logró reunir el 20% del presupuesto necesario para comprar terreno y levantar el edificio propio. Ese fue el acuerdo al que se llegó con el estado nacional, que puso el 80% restante.
    Y aunque en 1983 la mudanza a la casa propia fue un paso decisivo en la vida de la Tolosa, lo cierto es que el traslado significó también abandonar parte de la tradición que distinguía al establecimiento. En efecto, el cambio implicó dejar atrás las colmenas, los caballos, los gallineros, las herramientas y la granja en general; en síntesis se abandonaron las materias rurales.


    Con el tiempo, la Tolosa agregó nuevas carreras al terciario y además del título de maestro de primaria sumó media docena profesorados y un puñado de tecnicaturas: “La Tolosa es un orgullo en Rivadavia por todo lo que representa y ofrece. Yo hice acá la secundaria y ahora estoy por terminar el profesorado de Matemáticas”, cuenta Ignacio Cornejo, presidente del Centro de Estudiantes: “Y la escuela está llena de gente como yo, que pasó buena parte o incluso toda su vida de estudiantes en estas aulas”.


    En el antiguo domicilio de la Tolosa, ese que estaba junto a la comisaría y cerca de la iglesia, había un enorme y centenario aguaribay  que dominaba el patio de la escuela con su sombra generosa y junto a su tronco, alguno de los maestros que también fue poeta, escribió “Elévate como el árbol, para ofrecer”; una invitación a todos los que entonces compartían el amplio patio de la escuela, pero también un estímulo y una consigna que perdura en la Tolosa.


    Docente de Catamarca


    Hacia mitad del siglo pasado, a la escuela venían como docentes maestros de Chile, Perú, Bolivia y también del norte argentino. De hecho Francisco Humberto Tolosa fue un docente catamarqueño que llegó en 1950 para dar clases: “Esta escuela era una fuente importante de trabajo y además había un gran desarrollo académico en toda la región”, explica el historiador Gustavo Capone.


    Tolosa fue un maestro muy querido por la comunidad educativa, que lo recuerda prestigioso y sencillo:  “Un catamarqueño al que solía verse caminar por la plaza departamental con sus bigotes, que le subrayaban la personalidad firme pero bonachona y envuelto en su manta marrón y de flecos”, puede leerse en una página local.


    El maestro catamarqueño fue también director del establecimiento entre 1954 y 1990, el año en que se jubila. Y en el 2001, la escuela que a lo largo de su historia tuvo una decena de nombres, toma finalmente el de Profesor Francisco Humberto Tolosa.


    Falta de espacio


    A una escuela tan grande como la Tolosa siempre le faltan espacios. De hecho, cuando la comunidad escolar se mudó al edificio propio en 1983, lo hizo sabiendo que ya quedaba chico.


    Así, con el tiempo y los recursos que nunca son suficientes, al edificio original se le agregó un nuevo cuerpo de aulas, pero también galpones y módulos. Además y para ganar espacios, un acuerdo con la comuna permitió que la biblioteca del terciario se mude fuera de la escuela. Hoy, el principal proyectos es la construcción de un nuevo edificio, con la idea de que allí funcione la primaria.


    “Hay un terreno muy cerca que compró la comuna y la idea es hacer allí la primaria. Sería ideal que los más chicos se muden allí, porque hoy el terciario que cursan todo el día”, explican desde la administración.


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    Enlace: http://www.losandes.com.ar/article/la-escuela-tolosa-cuna-de-maestros-cumple-un-siglo

    sábado, 19 de agosto de 2017

    MI CIUDAD (GAVIOTA FEROZ)



    MI CIUDAD

    Mi ciudad
    Ella y sus árboles
    Me contaron una tarde
    Que su gente no la quiere más.

    Mi ciudad
    No deprimas que tu gente está
    En sus casas preparándote
    A sus hijos del mañana.

    Letra y música: Carlos Calderón

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    Esta canción fue interpretada por Gaviota Feroz -Osvaldo Giménez, bajo; Pablo Domínguez, batería: y, Carlos Calderón, guitarra y voz- en la Plaza Bernardino Rivadavia para la asunción de funcionarios públicos en el advenimiento de la Democracia.

    Originalmente, esta composición fue una fusión roquera-folclórica, con aire de samba. Aquí, en esta interpretación, aparece reactualizada en otro género musical.

    Personalmente, tengo un especial afecto por esta composición. Su significado de la época -fines de la última dictadura militar argentina-, tiempo donde los daños sicológicos y sentimentales se respiraban en el aire. Sin embargo, junto a él había una sensación de que nuevos espacios llegarían y que, por lo tanto, comenzaría un arduo trabajo para escribir una nueva vida.

    Ese día en nuestra Plaza del Pueblo, Gaviota Feroz fue testigo de una presencia plena en esa fecha de fiesta cívica. Parlantes distribuidos por toda la Plaza permitieron que todos pudiésemos escuchar en silencio y con entereza aquella apertura democrática. Recordando tiempos amargos y cubriéndolos de alegría por la fuerza interna para edificar nuestra nueva casa.

    El tiempo ha pasado. Hemos aprendido. Vamos madurando cada vez más. Volvemos a tomar con nuestras manos, así como lo hemos hecho con nuestras herramientas viñateras, los nuevos aprendizajes. Esos que nos han llevado a comprometernos y participar más en el uno por el otro.

    Gracias, Mi Ciudad.

    Carlos Calderón

    sábado, 22 de julio de 2017

    JOSE VILA: SU FAMILIA, EL HOTEL Y LA HELADERIA

    (Reproducción diario Los Andes -22/7/17-. Autor de la nota: Javier Hernández. Fotografía: Patricio Caneo)

    Rivadavia: el adiós de una heladería tradicional

    A los 94 años, José Vila decidió poner fin al negocio familiar que funcionaba desde 1928.

    El legado de un maestro heladero.





    
    "Sí, es cierto, el hombre me ha leído el pensamiento y yo esperaba otra respuesta. “¿Qué es lo que sentí aquel día? Bueno, supongo que alivio más que nada”, me dijo desde un sillón y apoyado de a ratos en su bastón; luego me observó un momento y agregó: “Tal vez usted esperaba otra respuesta, ¿no? Una más romántica, pero luego de haberle dedicado toda una vida a la heladería, el día que la cerré sentí alivio. Esa es la verdad”.

    José Vila tiene 94 años, el espíritu joven y los recuerdos frescos, incluso los más lejanos, esos que viven para él en los inicios del siglo pasado y en los que dice ver, como si aún la tuviese enfrente, a su mamá rallando naranjas para hacer helados.


    “Ella me enseñó lo más simple, que un helado rico se hace con frutas frescas, tiempo y trabajo; son 20 litros de agua, 90 naranjas más la cáscara rallada de otras 30; se deja reposar, azúcar y después a la máquina”, describe y al hacerlo se entusiasma: “Era una máquina de madera, con tubos de losa y un tambor lleno de hielo y sal que enfriaba todo”.


    En mayo, hace solo un puñado de días, don José cerró las puertas de su heladería, la más tradicional de la ciudad de Rivadavia, la que ha llevado su apellido: “Hay muchas maneras de ver esto, porque fíjese que si me pongo a sumar, yo he vendido en mi vida más cucuruchos que el resto de las heladerías de Rivadavia, todas juntas ¿Qué le parece?”.


    -Y... me parece que deben ser muchos helados y que entiendo su alivio -respondo y el hombre asiente y sonríe.


    Por detrás de él y también a un costado hay algunos portarretratos; la casa en realidad está llena de fotos familiares y de recuerdos. “Me casé joven y enviudé hace tiempo. Con mi esposa Teresa hicimos una linda familia y hoy tengo 3 hijos, 9 nietos y 12 bisnietos, uno de ellos en camino de nacer".

    Del hotel a los helados


    La heladería Vila abrió en 1928, aunque la fecha de inauguración podría incluso ser anterior: “En el año ‘25 mi papá, don Francisco Vila, fundó un hotel en Rivadavia que quedaba en calle San Isidro al 520. Le hablo de cuando esta ciudad era solo un pueblo de casas bajas, la plaza estaba cercada por un alambrado y la calle San Isidro todavía era de tierra”.

    El hotel Vila tenía 8 habitaciones y nació con un bar, con comedor familiar, café y billar; todo eso repartido en tres salones que juntos sumaban más de 200 metros cubiertos.

    Allí se comía, se jugaba a los naipes y al billar, se escuchaba radio, se charlaba y se pasaba el tiempo: “Para completar la oferta, mi mamá hacía helados de limón y naranja. Yo aprendí de muy pibe a estar entre gente grande y mi papá, que había llegado a Rivadavia en 1909 y que antes de abrir su hotel fue contratista, falleció joven y entonces me puse al frente del negocio”.


    A medida que avanza la charla, don Vila recuerda esas primeras ventas de helados y de comidas, las noches detrás del mostrador despachando vinos en el bar, los naipes, las apuestas y los billares; cuenta de las madrugadas que se alargaban hasta que se iba el último parroquiano. 

    “Me casé con 24 años y para esa época hacía rato que manejaba el negocio”, me explica y revela: “Yo tengo una virtud para los helados y es que con solo probar una cucharadita, le digo el gusto pero también la receta; puedo decirle cómo está hecho”.

    El bar Vila era una de las pocas diversiones que había en el pueblo: “Una vez pisaron el lugar los hermanos Navarría, que venían de Buenos Aires y que viajaban por el país haciendo fantasías en la mesa de billar. Yo era bueno con un taco, pero esa gente era sensacional; me acuerdo que cobraron 1 peso la entrada y que el local se llenó”.

    -¿Le gustaba esa vida, un poco bohemia?

    -En realidad fue una época sacrificada, me acostaba de madrugada y el local atendía todos los días. Me acuerdo que un 1º de mayo, creo que en el ‘49, decidí no abrir y la gente se juntó enojada a golpear la puerta.

    Con el tiempo, don Vila cerró el comedor y los billares: “A las mesas las vendí al club Mariano Moreno y a la Sociedad Italiana, calculo que todavía debe haber alguna por allí”, arriesga. El hotel había dejado de ser negocio y también cerró; Vila se quedó con la heladería y con el bar, aunque éste solo funcionó un tiempo más.

    “Siempre hice helados artesanales porque son los más ricos; ese debe ser el secreto de por qué mi negocio ha pasado tantas épocas difíciles: buenos helados a buen precio. Hoy, el heladero prefiere ahorrar tiempo y trabajo y no fabrica, solo es un despachante, por eso ganan espacio las franquicias y los helados industriales”, dice.
     

    Un poco de nostalgia


    En los años ‘70 mudó su negocio a San Isidro 660, la dirección definitiva de la heladería Vila, esa en la que según muchos clientes se conseguía el mejor helado para beber un lemon champ: “Los niños disfrutan el helado pero una persona mayor lo aprecia más. La gente grande sabe diferenciar algo bien hecho y yo he disfrutado atender y que el cliente se vaya satisfecho”.

    Con el tiempo, las heladerías comenzaron a abrir todo el año, también en invierno; las cucharitas de madera fueron reemplazadas por plásticas y surgieron aditivos para que el helado no cristalice: “Yo entiendo la modernidad y que hay recetas e innovaciones, pero nada reemplaza a un helado hecho con frutas y comerlo con cucharita de madera, siempre tendrá otro gusto”, dice y cuenta que hasta fines de los ‘80 él preparaba los helados y que luego, por un problema en su hombro, delegó la tarea y pasó a administrar el negocio. 

    “Fueron muchos años, con la heladería hice conocidos de todas las edades ¿Recuerda que le conté que el día que cerré me sentí aliviado? Bueno, la respuesta está incompleta, no le voy a negar que también, de a ratos, tengo nostalgia de mis tiempos de heladero”, cierra don Vila.
     
    Los hermanos Oro


    A lo largo de su historia, la heladería Vila tuvo muchos empleados, pero dos de ellos, los hermanos Domingo y José Oro, estuvieron casi siempre.

    “Empecé en el hotel, con 14 años y de lavacopas; después pasé a la heladería que fue el trabajo de toda mi vida. Don Pepe Vila ha sido como un padre para mí”, dice Domingo Oro, que hoy tiene 77 años.

    “He tenido muchas satisfacciones en ese trabajo y siempre lo hice con amor y con ganas. Uno conocía a la mayoría de los clientes que venían al negocio y me saludaban ‘Oro, Cacho, Domingo’; en la calle muchos pibes me saludaban ‘chau heladero’, otros me decían ‘Vila’ porque no saben que yo no soy Vila”, relata.



    “El día que la heladería cerró sentí mucha tristeza. Imagínese que uno estuvo allí toda la vida; sí, ese día sentí tristeza”, cierra.

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    Enlace de la nota publicada: http://www.losandes.com.ar/article/adios-al-delantal-y-un-dia-jose-vila-cerro-su-heladeria?pic=0


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    miércoles, 15 de febrero de 2017

    RIVADAVIA ROQUERA: OSVALDO GIMENEZ. SUS VIVENCIAS: AVECRISTO, GAVIOTA FEROZ Y PAREN A LILA



    Reseñas históricas del rocanrol del Este mendocino
    en el reportaje a Osvaldo Giménez,
    tras sus experiencias en las bandas
    AVECRISTO, GAVIOTA FEROZ Y PAREN A LILA.

    Recuerdos veinte años después de su partida de Rivadavia, Mendoza.