(Ilustración: Marcelo Marchese)
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EL ESCRITO DE MARIA CARINA MARANESI
Mito con identidad rivadaviense: “El Ánima
Parada”
El ”Ánima Parada”,
entre tantos otros mitos populares, de nuestro acervo, tiene una marca de
identidad registrada entre muchos mitos. Se trata de un personaje real:
Diógenes Recuero, nacido el 6 de marzo de 1861 y fallecido en 1903, a los 42
años. De familia adinerada, Recuero integró el grupo de los primeros aviadores
y llegó a trabar amistad con Roland Garros.
Vivió en Buenos Aires pero regresó a Rivadavia para casarse con una
joven viuda y tener seis hijos con ella.
Estimado y
respetado por el pueblo se dedicó a la política. Integró la Honoraria
Corporación, hoy Concejo Deliberante, durante varios años y llegó a ser
Presidente Municipal, (cargo de
intendente), Ad honorem.
Una de las cosas
más destacadas que logró fue, poco tiempo antes de morir, el lograr que la calle
San Isidro, una de las principales arterias de Rivadavia, mantuviera su nombre.
Este hecho lo enfrentó con los liberales que, tras la muerte de Bartolomé
Mitre, pretendían imponer el nombre de éste a la calle. Su deseo era mantener
el nombre del Santo Patrono de Rivadavia, venerado por el pueblo, y lo logró,
pero le generó el enfrentamiento con los
más poderosos liberales del departamento. Se sumó a su abatimiento la muerte del
menor de sus hijos, lo que produjo en Diógenes una enorme depresión. Cuentan
que su yerno, boticario y, ocasionalmente, del partido contrario a Recuero, lo
medicó por su crisis anímica. Tiempo después el primer intendente de Rivadavia
moría por una dudosa “parálisis cardíaca”, según certificó el doctor Pascual
Cantarella.
El cuerpo del
difunto recibió sepultura en el cementerio de la calle Brandsen, donde
actualmente está el Anfiteatro Municipal. El difunto estuvo allí hasta el año
1914, año en que municipalidad dispuso que todos los difuntos de ese cementerio
fueran trasladados al cementerio actual del departamento.
Nadie reclamó por el cuerpo de Recuero, hombre ilustre, popular y con familia.
Entonces debió ser llevado por los empleados municipales al “reprofundo”, fosa
común. En ese momento comenzó el mito: tanto la vestimenta, por la cual fue
identificado con un broche que tenía su nombre, como su cuerpo, se mantenían
intactos. La conservación del cuerpo fue atribuida por algunos, al efecto del arsénico,
veneno que además de causar la muerte tiene la propiedad de mantener por mucho
tiempo la conservación en los cadáveres y que tal vez, habría sido
dado a Recuero como “medicación”. Pero otros, los que sabían de la bondad de su
intendente, le adjudicaron a esto algo de milagroso.
Luego aconteció otro hecho fenomenal: al tirar
el cadáver en la fosa, éste cayó parado,
fue acomodado horizontalmente pero al día siguiente lo encontraron de pie otra
vez y así varios días consecutivos. Ante la conmoción de la noticia que corrió
de boca en boca, “El Ánima Parada”, era el nuevo milagro del lugar. El párroco
de ese entonces, encargado de proteger
la fe ante creencias profanas, pidió al intendente en mando, mantener oculto
tanto la identidad como la ubicación del muerto. A donde fuese trasladado en su anonimato
aparecían velas, flores y cartas de creyentes que tenían la certeza de que,
quien en vida hubiese sido hombre ejemplar, después de muerto sería capaz de
resolver milagros.
Comenzaron a oírse
testimonios: una mujer afirmó que salvó la vida de su hijo, otros que arregló
problemas económicos, algunos que resolvía entuertos de amor… Así, el milagroso
mudó de lugar y siempre fue encontrado por fieles, que ya no sólo eran del
pueblo sino de la provincia. Desde su oculta y continua residencia su fama crecía.
Otra parte de la
leyenda es el desafío que se imponían algunos jóvenes, tal vez presas del
aburrimiento o demostradores de su “hombría”, de jugar apuestas e ir de noche
al cementerio a burlarse del “Ánima”, cuentan que uno intentó arrancarle un
diente de oro que tenía el difunto e instantáneamente murió de un ataque
cardíaco, otros en el mismo plan de burla enloquecieron o quedaron mudos… y
tantas historias más que muestran que
con los mitos no se juega…
Los años transcurrieron hasta que un hecho
marcó un destino para Diógenes, en el año en 1960, Carlos Roberto Di Fabio le
pidió ganarse la lotería para saldar una
hipoteca y el santo profano le concedió el favor. Di Fabio, como agradecimiento
le hizo construir un mausoleo de mármol negro que está ubicado en el cementerio
de nuestra ciudad. Allí podemos encontrar múltiples placas de agradecimiento,
cartas, fotos, carpetas de estudiantes, yesos, trenzas de jovencitas, chapas de
patentes de vehículos, etc.
Éste es nuestro mito, y como todos los mitos
tienen un fin ejemplificador y de identificación cultural de un pueblo, tal vez
un símbolo de que tras la muerte se continúa el buen obrar, que como Diógenes
Recueros, Rivadavia no quiere dejar de mantenerse en pie, no se tumba
horizontal, persiste en su obstinación de enfrentar erguido su destino.
Un cadáver siempre en pie
Esta es la increíble historia de Diógenes Recuero, un rivadaviense que se convirtió en mito cuando abrieron su tumba un año después de su muerte, y se sorprendieron con el hallazgo.
(Autor:Enrique Pfaab)
Carlos Roberto Di Fabio quería ganarse la lotería. ¡Quién no! Para tener más chances decidió hacerle una promesa a una figura mítica de Rivadavia, su pueblo natal. Eran los principios de 1960 y el Ánima Parada tenía miles de devotos en la zona, pese a que la fe popular era combatida fervorosamente por el párroco local. Sin embargo, desde hacía años atendía los ruegos que se le hacían, desde los más mundanos a los más trascendentales. Dicen que sanó enfermos, ayudó a rendir exámenes, promovió el bienestar económico y conformó parejas.
El Ánima Parada no es otro que el espíritu de Diógenes Recuero, quien de vivo y de muerto enriqueció la historia de su tierra.
Nació el 6 de marzo de 1861, y los 42 años que estuvo en este mundo fueron intensos y convulsionados. De familia de buen pasar, Recuero integró la selecta cofradía de los primeros aviadores y llegó a trabar amistad con Roland Garros, pionero de la aviación francesa. Dicen que su billetera, sus actividades, su porte y buen vestir le dieron fama de galán, principalmente cuando vivió en Buenos Aires. Pese a ello, regresó a Rivadavia para casarse con una joven viuda y tener seis hijos con ella.
Sus relaciones personales y familiares lo llevaron a la política. Integró la Honoraria Corporación, hoy Concejo Deliberante, durante varios años y llegó a ser presidente municipal, lo que sería en la actualidad el cargo de intendente, entre los años 1897 y 1901.
La batalla más dura en su vida como funcionario la libró en 1906, apenas cinco meses antes de su muerte y cuando era concejal. Siendo él radical, se enfrentó duramente con los liberales, quienes pretendían imponer el nombre de Bartolomé Mitre, recientemente fallecido, a la calle San Isidro, una de las principales del pueblo. Evidentemente la lucha la ganó Recuero, ya que esa arteria todavía lleva el nombre del santo.
Esa pelea en contra de las familias más poderosas de la zona, sumada a una crisis depresiva por la muerte temprana de su sexto hijo, mermó sus energías, y el 30 de junio de ese año murió sorpresivamente, siendo todavía un hombre joven, por una “parálisis cardíaca”, según certificó el doctor Pascual Cantarella.
El fallecimiento de Recuero generó tantas dudas como hipótesis, que fueron desde la más terrible a la más vil: suicidio; envenenamiento por codicia o venganza; sífilis. Todo fue creído, desmentido y vuelto a creer.
El cuerpo del difunto recibió sepultura en el cementerio de la calle Brandsen, donde actualmente está el anfiteatro municipal.
Diógenes Recuero tuvo hasta 1914 el destino tradicional de cualquier muerto: mucho silencio y ninguna actividad. Sin embargo, ese año la municipalidad dispuso que todos los difuntos de ese cementerio sean trasladados a uno nuevo.
Nadie se preocupó en ese momento por el cuerpo de Recuero, pese a haber sido un hombre ilustre, popular y con familia.
Lo cierto es que debieron ser los empleados municipales los encargados de desenterrar el féretro y abrirlo para tirar sus huesos en el “reprofundo”, como llaman los sepultureros a la fosa común. Allí comenzó el mito.
Cuando los obreros abrieron el cajón el cuerpo estaba intacto, su vestimenta impecable y el peinado como en sus mejores épocas de galán. Parecía que hubiera fallecido el día anterior y no 8 años antes. Los racionales atribuyeron este fenómeno al veneno o a los medicamentos suministrados a Recuero. En cambio, los sensibles hicieron correr el rumor rápidamente.
Pero lo más increíble comenzó a producirse a partir de allí. Cuando el cadáver de Recuero fue tirado a la fosa y cayó parado. Los trabajadores debieron obedecer la orden de bajar y acomodarlo horizontalmente, pero fue en vano: a la mañana siguiente el cuerpo apareció nuevamente erguido. Esto se repitió varios días, y ya al segundo aparecieron las primeras velas y flores junto al foso.
En el cementerio y por consejo de la Iglesia el cuerpo comenzó a ser mudado de lugar y ubicado en sitios ignotos. Sin embargo, todas las mañanas un ramo de flores y una vela señalaban el nuevo domicilio del difunto. A esa altura, Diógenes Recuero ya tenía sus primeros fieles y estos se multiplicaron rápidamente cuando hizo su primer milagro, sanando al hijo de una mujer desesperada. Ya era el Ánima Parada, y para disgusto del cura párroco su fama se extendió por todo el Este y llegó a ser mencionado en el resto de Cuyo.
Fue por 1963 cuando Carlos Roberto Di Fabio apareció por el cementerio con sus ansias de ganarse la lotería. El devoto le prometió al Ánima Parada que le construiría un mausoleo como Dios manda si le cumplía ese deseo. El 31 de octubre de ese año Di Fabio hizo levantar una magnífica bóveda de mármol negro con un mínimo porcentaje del premio mayor de la Lotería de Mendoza. Después regresó a San Rafael, en donde se había radicado hacía un tiempo. Gracias al pago de la promesa el Ánima Parada dejo de vagar por las seis manzanas del camposanto y pudo descansar en paz.
Hoy todavía Diógenes Recuero tiene sus fieles, aunque son muchos menos que en sus años más gloriosos. Le dejan ofrendas de todo tipo, de acuerdo al pedido: desde vestidos de novia hasta carpetas de estudio, pasando por chapas patentes de autos, juguetes y placas de bronce.
A esta altura usted debe saber que este texto también es milagroso. A la mujer le otorga la belleza perfecta y al hombre la virilidad eterna. El único inconveniente es que su poder es imperfecto, tal como la crónica que lo contiene, y su efecto se desvanece con la lectura de esta última palabra.
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Lunes, 01 de abril de 2013
Esos inquietos espectros que todavía rondan por Rivadavia
Cada historia tiene una pizca de verdad y un montón de fantasía. Además, ¿quién se anima a levantar la mano para asegurar que no sean ciertas?
(Autor:Enrique Pfaab)
Todo pueblo tiene sus propias leyendas y mitos. Una o varias. El departamento mendocino de Rivadavia no es la excepción. Algunos de ellas se escuchan sólo allí pero otras, con algunas variaciones, también se las puede oír en otras zonas de la provincia y también en diferentes regiones del país.
Hay mitos que han ido perdiendo su fuerza y sólo se recuerdan en algún asado. Pero otros se mantienen vigentes, y todavía hay quienes cuentan alguna experiencia propia y cercana en el tiempo.
Rivadavia tiene la fortuna de que varios de ellos ya no se olvidarán, pues el profesor Gustavo Capone, en su libro Rivadavia, las historias de su Historia, se ha tomado el trabajo de dedicarles algunas páginas. Entre esas leyendas propias está la de Diógenes Recuerdo, quien se transformó en el Ánima Parada después de su muerte, y tiene todavía algunos fieles que le piden favores y le hacen promesas.
Una de estas crónicas ya lo tuvo como protagonista.
Pero hay otras igual de interesantes aunque no tengan la capacidad (ni el objetivo) de hacer milagros y cumplir pedidos.
Capone rescata entre esos mitos el conocido como “El diablito”.
Según cuentan en la zona, hace ya muchos años un bebé fue enterrado vivo cerca de la calle El Molino. Por algún motivo que no sobrevivió a los años, el pequeño fue considerado un ser maldito. Cruelmente, para evitar que su poder terminara destruyendo la comunidad, se lo condenó a muerte y debido a que nadie se animó a cometer el infanticidio, el bebé fue enterrado vivo a la vera de esa calle. Dicen que a partir de ese momento y todavía hoy, hay noches en las que se escucha su llanto.
Un atardecer, hace ya mucho tiempo, un hombre de la zona lo escuchó cuando regresaba de su trabajo en la viña. Miró hacia el lugar desde donde provenía el sonido y fue a tratar de encontrar a la criatura que lo producía. Cuanto más caminaba el llanto más se alejaba. El hombre, casi sin darse cuenta y siguiendo ese lamento como si fuera un canto de sirenas, terminó alejado de las casas y metido en medio de un campo inculto. En ese momento, según contó después, comenzaron a aparecérsele algunas sombras espectrales. “Eran las figuras de personas y animales”, recordó, conmocionado.
Por suerte para él, poco después se cruzó con un tomero que andaba recorriendo los canales. Éste lo rescató de la ensoñación y le aconsejó que regresara por donde había venido. “Ese llanto es el del mismo diablo”, le dijo.
El llanto siguió desvelando a los habitantes por años, hasta que se transformó en un sonido frecuente y común. Todavía hoy dicen que se escucha, especialmente en algún atardecer sereno. Incluso algunos aseguran que hay noches en que el espíritu golpea las puertas y ventanas de algunas casas. “No hay que abrirle. Más vale esperar a que se vaya solo”, dicen.
En el libro del profesor Capone también se rescata el mito al que llaman “La bruja”. En realidad no muchos, la han visto pero dicen que aquel que fue el primero en divisarla sufrió un efecto que todavía le dura.
La versión dice que esto ocurrió en la calle California del distrito de La Libertad, hace ya una punta de años. El protagonista del episodio fue un niño que regresaba esa tarde de un cumpleaños. El culillo venía caminando distraído por el callejón cuando sintió un escalofrío que le recorrió la espalda y giró para ver detrás de sí. Entonces divisó una figura espectral que parecía ser una bruja.
El chico corrió y corrió desesperadamente. Su abuela se cruzó con él y logró detenerlo. Después de calmarlo un poco el niño le contó la visión. La mujer se dio cuenta de lo aterrado que estaba y que hasta se había orinado.
Esa fue la última noche que el chico habló fluidamente. Después enmudeció. Lo llevaron al médico para ver si su silencio respondía a alguna razón física, pero el galeno no encontró defectos y diagnosticó que la mudez se debía al trauma emocional.
En la zona dicen que este niño, ya hombre, todavía vive y que sigue sin articular palabra.
Otros aseguran haber sentido esta maléfica presencia pero, antes de detenerse a mirar, decidieron escapar despavoridos.
En Rivadavia también hablan del “Alma Blanca”.
Dicen que esto sucedió hace más de un siglo, en el patio de una casa de la calle La Libertad.
El profesor Gustavo Capone dejó constancia del relato de los lugareños, quienes afirman que en esa casa vivía una mujer y en ese patio crecía un eucaliptus. Cierto día la mujer avistó en una rama del árbol un nido repleto de pequeños huevos.
Esperó largo rato para ver qué pareja de aves eran las que habían decidido empollar allí, pero ninguna apareció.
Entonces resolvió treparse al árbol a buscar el nido con la intención de tratar, de alguna forma, de incubar los huevos.
Trepó hasta estirar su brazo y rozar el nido con la punta de los dedos. En ese momento el pie en donde apoyaba todo su peso resbaló de la rama y la mujer cayó. Tan mala fortuna tuvo que se desnucó y murió en el acto.
Desde ese momento, especialmente las tardes soleadas de abril, su alma llora a los pies del eucaliptus. Los habitantes de la zona dicen que su presencia no genera miedo. Al contrario, la invocan cuando presienten algún peligro y le piden que los proteja.
Hay otros mitos que se mantienen vivos en la zona. Algunos son adaptaciones de otros similares que circulan por otras regiones, como por ejemplo aquel que en Rivadavia llaman “el Cara de Perro” y que no es otro que “el Hombre de la Bolsa”.
La versión rivadaviense dice que hace muchos años existió en la zona un hombre al que apodaban el “Cara de Perro” por sus facciones toscas y que algunos veían parecidas a las de un can. Siempre cargaba una bolsa en donde juntaba cosas inútiles. Vivía en una covacha, a orillas del río Tunuyán y dicen que comía carne cruda. La gente, especialmente los niños, huían de él, ya que le temían por su aspecto y su mal olor. Los padres aprovechaban esto para lograr que los niños revoltosos se aplacaran y les decían que el Cara de Perro se los llevaría en su bolsa si no se portaban bien.
Otros padres de otras latitudes han usado la presencia de algún ciruja para atribuirle tan cruel costumbre y darle mayor sustento a sus amenazas. Quien escribe conoció al viejo Richard, un desengañado de la vida que se había refugiado en una choza y que vivía de la bondad de algunos vecinos.
Algunos quisieron asustar a los niños con él, pero Richard resultó ser demasiado simpático y charlatán, y los pibes terminaban buscando su compañía y trataban de hacerlo reír, de que lanzara su entrecortada carcajada sin dientes.
Cara de Perro ha muerto hace mucho. El viejo Richard también. Ahora son parte del folclore de la zona donde vivieron, donde todavía abundan los mitos y las creencias.
Después de todo, la vida es más humana con ellos.