La Tranca del Algoritmo — Relato Gauchesco Tecnológico
no traía caballo, sino un aparato brillante, medio cuadrado, que relucía como charola nueva.
—¿Y eso qué
bicho es, don? —le preguntó el Pulenta, el cantinero, que sabía más de vinos
que de máquinas.
—Esto,
paisano… —dijo el forastero— es Inteligencia Artificial.
Los
parroquianos se miraron como si hubiera dicho “bruja del Este”.
Pelusa, el
peoncito curioso, le dio un golpecito con un dedo.
—¿Y sirve
pa’ algo o sólo pa’ espantar gallinas?
El
forastero sonrió.
—Sirve pa’
mucho, gurí. Si uno la sabe mandar, es como tener un ayudante que nunca duerme.
Hasta te
ayuda a editar videos pa’ mandarle a la patrona, vio.
Los
paisanos se acercaron, intrigados como vizcachas.
—¡Ah, mirá
vos! —salió a decir Don Hilario, que venía renegando con los trámites del ANSES
desde el 2004.
—Pero ojo
—siguió el forastero— que esta cosa también tiene sus mañas.
Si te
confiás, te manda fruta.
Que uno
pone “¿qué hora es?” y te contesta “Trelew es capital de Perú”.
Y ahí
quedás, como burro mirando el bombo.
—Es que la
máquina, amigos, no piensa como cristiano —dijo el hombre—.
Repite lo
que vio, arma y desarma, pero la experiencia del campo, el olor a lluvia, la
intuición del chango que ya vivió…
Eso no te
lo hace.
Pelusa, que
era vivo, se rascó la nuca.
—¿Entonces
sirve o no sirve, don?
El
forastero apoyó el artefacto en la mesa, lo acarició como quien calma un potro.
—Sirve,
gurí. ¡Y mucho!
Te da una
mano pa’ estudiar, te ordena la cabeza, te traduce discursos, te escribe notas…
Es una
**yunta fuerte** si uno la lleva por el camino.
Pero levantó un dedo, firme como estaca.
—Ahora… si
vos dejás que la máquina piense por vos, ahí sí que estás al horno.
Pierde uno
la maña, la picardía, la mirada del paisano que sabe cuándo un relato es cierto
y cuándo te están engrupiendo.
El
pensamiento se afloja, como la cincha vieja.
Los hombres
quedaron callados, rumiando la idea.
El
cantinero, que había escuchado en silencio, dijo:
—Entonces
la clave sería… ¿andar con la máquina, pero sin entregarle el alma?
—Eso mismo, Pulenta.
La máquina
te ayuda, pero el criterio sigue siendo del jinete.
Y ahí, como
si el viento lo entendiera, el aparato emitió un ruidito:
*ping*,
suavecito, casi humilde.
El
forastero guardó el artefacto y se dispuso a partir.
Antes de
montar —porque al final sí tenía caballo, sólo que lo había dejado a la sombra—
les dejó la última enseñanza:
—Muchachos:
usen la inteligencia artificial.
Sin eso, no
hay algoritmo que valga.
Y se fue al
trote lento, dejando en el aire una mezcla de polvareda y modernidad que tardó
en asentarse.
Dicen que
desde ese día, en El Viejo Pichana, los paisanos usan IA para hacer los
deberes y escribir cartas lindas…
Pero
ninguna máquina les reemplaza el mate compartido, la mirada honesta ni ese
olfato criollo que, por suerte, aún no sabe imitar ningún sistema.





