Como Sandro y Los de Fuego, el “padre fundador” hizo sus primeras incursiones en la década del ’70. Y desde Mendoza hizo crecer un arte que traspasó fronteras.
Si el amor es la superior energía creadora, Mario es una persona con mucho amor. Un pibe cósmico que tiene y tuvo la superior misión de llevar a las azoteas y los techos y los ranchos, el sonido loco de su corazón. Y además, uno de los músicos más destacados en el interior de la República Argentina. A excepción de la vanidosa y pupera Buenos Aires, el resto del territorio lo reconoce. Su prestigio ha traspasado los límites del Desaguadero, extendiéndose como una brisa cálida, fresca y fundadora, llevando más allá el territorio, la esquina, el barrio, el barrilete.
Mario esta en el origen –como Sandro y Los de Fuego–, en la fundación de nuestro rock, es lo que se llama dentro de la filosofía de la calle: un padre fundador. Sus primeras incursiones son de la década del ’70 y aunque nació en Mendoza en los míticos ’60, fue diez años después que el Proyecto Rock se consolida.
Los años de aprendizaje habían pasado: The Raiders, The Roberts, Los Falcons, Prohibido Fijar Carteles, Los Sullivans, Los Carabels y el pibe de oro del rock mendocino: Billy Lee Hunt. También Los Bichos, Los Cuervos, Los Gatos, entre otros. Entonces fue así: ese bagaje, esa experiencia cultural desarrollada durante los ’60 y principios de los ’70 alcanza en algunos grupos de aquella época una plena cristalización, su momento de madurez, que es también su nacimiento y floración. Tecobe y Altablanca son dos de esos grupos. Altablanca es sin duda el grupo medular de la historia del rock mendocino. Un semillero increíble en donde se desarrollan varias de las experiencias más lúdicas de aquella época.
La época en que Altablanca desarrolla su obra es fuerte. Es una época de mentiras y de muertes solapadas. Hacer música en los ’70 no es tarea fácil, ir en cana después de un recital por tener el pelo largo –estilo marica– o remera floreada, ya es parte del folklore. No pasa nada, igual, es sólo la noche en una celda, los milicos que te putean, uno que te hace barrer el patio de la comisaría otro que te pega un coscorrazo. Mientras no pase de ahí, se van como la resaca o un mal sueño. Altablanca tuvo esa suerte de bendición o protección. En cambio, Billy Lee Hunt, el de los legendarios Carabels, es otra historia que contar, la de las 30.000 muertes solapadas.
Escuchemos al músico y periodista Erni Vidal hablar de Mario: “Técnica exquisita. Afinación Justa. Buen gusto adoptado a todos los tiempos en que le tocó desarrollarse. Si a eso le sumamos el duende que sobrevuela en cada una de sus composiciones y performances, como resultado tendremos uno de los mejores músicos que ha dado Mendoza. Y sin duda ya un ícono”.
“Mario nació en el 30 de septiembre del ’57 en San Rafael y se trasladó a los diez años junto a su familia a Mendoza. Ya en los inicios de los turbulentos ’70, cuando el rock mendocino en activo era aún incipiente, junto a un par de pioneros más –Sergio Bonelli y Jorge Benegas– se embarcó en darle forma a lo que luego se transformaría en todo un movimiento. Con identidad y cánones propios”.
Aunque cada recital de Altablanca tuvo su gustito particular para sus seguidores: uno de los más recordados fue aquel de 1979 junto al mítico León Gieco en Andes Talleres. En este increíble recital también se presenta: “Marciano y su grupo” que luego –a 2 centímetros– se convertirían en los ya legendarios Enanitos Verdes. ¡Había que subir al escenario ese día y tocar al lado de León Gieco en Andes Talleres! Era como si todo estuviese ya escrito en el cielo: León venia a presentar su cuatro discos, y esa mezcla reunió en un mismo recital al folk con el rock, y el instrumentalismo virtuoso de Altablanca.
La Turca Nalldi se plantaba como la mujer más sensual del planeta por aquellos años, cantando e interpretando las sinfonías de Altablanca. Tengo entre mis manos una foto publicada por el desaparecido Diario Mendoza donde se los ve reunidos cual Beatles cuyanos, sentados entre la profusa chipica y la arena. Otro recital es aquel de la bodega Arizu donde la gente gana la calle. También corre el año 1979, los Altablanca ya habían tocado en el Selectro y tenían un par de recitales en Buenos Aires con muy buena crítica para chapear. Fue en aquel recital de Arizu donde aparece por primera vez: la paloma blanca. Se trataba de una paloma gigante y blanca que aparecía en el fondo del escenario y en el afiche de promoción. Una obra expresiva, sutil, realizada por Javier Segura. Es que por aquel entonces el rock hacia su propia puesta en escena: nacía el diseñador-rock, el escenógrafo, el iluminador, el sonidista, el periodista crítico-rockero. Por aquellos años también hacía sus primeras experiencias como productor Oscar Sayavedra, quien luego se proyectó del barrio al mundo, con Soda Stereo, La Ley, Godwguana, entre otros.
Volvamos sobre el relato de Erni: “Y es en el interior del país –como les gusta llamarnos a los porteños– donde paralelamente y de la mano de otras notables propuestas se agitaba, ese ‘otro rock’, ya despojado del rock complaciente de la herencia beat de los Fab Four de Liverpool y sus manifestaciones en este rincón del planeta. Los Gatos y los Shakers en Buenos Aires y Montevideo o también Los Reed en Tucumán, Pablo el enterrador en Rosario, o los extraordinarios vecinos de San Juan: Pléyades. Una situación insólita, que una banda –Altablanca–, asemejándose en estilo y estructura, llegara a tener la calidad de ciertas bandas europeas algunas consagradas como: Premiata Forneria Marconi o Banco del Mutuo Socorro. La formación local ostentaba en sus recordadas presentaciones en vivo una personalidad propia. Contorneada por la herencia del rock y el blues que a esta altura copaba el gusto de los jóvenes progre a nivel mundial”.
Volando toneles. Dice un cronista de la época que aquella noche en Arizu, Mario conmovió con su obertura: “Los tres reinos”. La lista de temas era: “Adolescencia”, “Explicaciones de lo nuestro”, “Camino sin héroes”. Hay mucha inocencia y mucha ingenuidad en la obra de Altablanca. La inocencia del juego creativo y la ingenuidad de quien no alcanza a comprender el horror de la época en que vive.
Un recital en el cine de la Galería Tonsa, entre 1981 y 1982, fue de los últimos del grupo. Chau Altablanca. No sin antes recordar que fue junto a Trilogía y Leyenda, en 1979, en el Independencia, dedicado a Pompi Mansur, que Altablanca tuvo su recital cumbre.
Luego de pasar una temporada estudiando en Los Angeles y después de convertirse en el guitarrista de ese inmenso padre de la música popular argentina que fue el Tano Piero, Mario Mátar vuelve a Mendoza. Los días de la Roland son una experiencia profunda y “psicodélica”. Mario encontró en aquella guitarra hermosa y blanca una especie de cañón futurista que le permitía lanzar al cosmos pelotas de fuego-amor y creatividad. Pelotas que estallaban como huevos en el cielo y hacían llover, hacían caer relámpagos. Y así siguiendo a su corazón loco: el hacedor de lluvias, el pibe relámpago del desierto cuyano, ¡se perdió, se mezcló, se fusionó entre las líneas sensuales de aquella guitarra hermosa y endemoniada! Perdió su corazón como cuando un trueno o un relámpago estalla en la tierra y se pierde en el alma. Y es que una Roland –con buen costado– te puede comer el corazón en dos acordes. El modelo era G 707. El anecdotario dice que incluso el mítico Gustavo Cerati le consultó sobre el adecuado uso de esta guitarra.
En 1987 Mario hizo Aeropuerto de Pájaros, un trabajo que sin duda es hijo de la endemoniada guitarra blanca. En este proyecto Mario sufre una transmutación, un cambio de naturaleza, como si en el pasado Mario hubiese sido un pajarito cantador y entonces le hubiesen aparecido alas en el alma, plumas en el corazón. Estrechando vínculos, acercando barrios, él que llevaba el vuelo impreso en su corazón. Bien le podrían haber gritado: ¡Che Mario, aterrizá!
Los ochenta se están yendo y con ellos se van muchas cosas. Algo se está muriendo, en pocos años el formato carrete desaparecerá para pervivir como formato de culto. Pero no en la Mendoza de 1987, donde suena Aeropuerto de Pájaros. Por entonces sucedieron algunos hechos insólitos, como que una disquería y una heladería apostasen a la producción local. Así lo hizo Dimensión 33 y Dulio Soppelsa. De ahí la dedicatoria de Mario Mátar que dice: “Dedico este cassette a la lucha de los artistas mendocinos”.
Sigamos con Erni Vidal: “En los ’80 brilló con luz propia en la escena local: Raga. Con la mirada puesta en lo que hoy llamaríamos World Music y la exquisitez casi etérea de sus melodías y texturas. Todo esto sin contar sus discos solistas –seis al menos al día de hoy–. Salsa Blanca en los 90 y luego en el 2000 Neptuno Club y Zonda Proyect”.
Los sultanes del ritmo. Los Salsa Blanca fueron sin duda una experiencia singular, primero por la jerarquía de los integrantes pero también por el hecho insólito de plantar, de nacer, de sembrar el profuso y erótico lenguaje de la salsa en el desierto cuyano. Toda una contradicción en el territorio de las arenas. Quizá por eso uno de nuestros artistas mayores –Armando Tejada Gómez– se refirió a ellos diciendo: “Son la salsa de los blancos…” y luego remató escribiendo en aquella pared de la calle Lamadrid donde ensayaba el grupo: “La música: es algo más que tú mismo”.
La biografía de Salsa Blanca incluye una gira de varios meses por Italia y Europa. Allí estaba Fernando Ramírez con su extraordinario talento para cantar salsa. Ahora bien, el espíritu y el culo son dos cosas que sin duda les cuesta mover a los mendocinos, quizás estemos medio dormidos o quizá seamos así, medio pasmados. Posiblemente el mejor aporte, el aporte más honesto de Salsa Blanca a nuestra cultura haya sido en ese sentido.
Entre los muchos grupos en lo que ha participado Mario hay dos por los cuales tiene un cariño muy especial: Neptuno Club y Zonda Proyect. El primero fue una banda orientada al Acid Jazz y el segundo estuvo orientado a la música progresiva. Son dos grupos que le permitieron mostrar todo su virtuosismo. Es su momento de mayor madurez musical. En época de Altablanca no tenía plenamente desarrollado el genio que sí pudo mostrar junto a una troupe de músicos increíbles como los que había en estos dos grupos. Es en esta experiencia donde se encuentra el Mátar más profundo…
Opera Mágica y Arquitecturas Perversas fueron dos proyectos donde Mario aportó también su luz. La Ópera Mágica fue a finales de los ochenta y Arquitecturas Perversas en el 2004. En la ópera –proyecto de arte integrado– Mario despliega esa magia tan particular que lo ha catapultado como uno de los músicos más destacados en el interior del país, y en Arquitecturas Perversas –junto a una troupe de los más destacados artistas mendocinos– fue donde cristalizó aquel ideario de arte integrado, proyectado, dos décadas antes.
Concluye su relato el músico Erni Vidal: “…Una miríada de colaboraciones, proyectos junto a otros artistas, su participación en sesiones de grabación, trabajos en producción y edición… Y tanto más con lo que ha ayudado a muchos a llevar sus obras a buen puerto. Hoy es uno de los músicos más activos y ha sido reconocido por las autoridades de SADAIC y el gobierno provincial como un referente local, otorgándole una merecida pensión vitalicia y además la comuna de Godoy Cruz lo ha nombrado ciudadano ilustre”.
Las Vendimias, la deuda. Mario es uno de los directores o colaboradores más requeridos durante las fiestas vendimiales. Su presencia, su prestigio y su talento son muchas veces considerados una garantía. Pero la mayoría lo ignora aun cuando los pintores, los escritores, los músicos, los actores, los murgueros, los cineastas, todos le rinden tributo.
La historia de Mario es por tanto una historia pendiente para el Estado ya que ni siquiera una décima parte de su obra ha sido editada. Pasó la última edición del Mendo-rock, el escenario más importante del rock mendocino y cuyano, y tampoco hubo homenajes o recordatorios ni para Billy Lee Hunt, ni para Pompi Manssur ni Sergio Embrioni. No lo hubo tampoco para Mario Mátar ni el productor Oscar Sayavedra. Es como si el rock fuera sólo las bandas, o peor, sólo algunas bandas. No Laurita Araujo, que ya no está, o Fernando Bocha Monetti, que conduce la tarde rocanrolera; tampoco los cronistas que escribieron la historia rocanrolera de Mendoza, los poetas del rock, los fotógrafos-roqueros, los ingenieros de sonido…en fin. A ellos deberíamos dedicarles la frase que Tejada Gómez escribió en la calle La Madrid: “La música es algo más que tú mismo…"
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Subido Canal Youtube Mario Mátar el 23/04/2011
AVE DE PLATA-MARIO MÁTAR
WALTER CASCIANI=SAXOS
SUSANA NALLDI=VOZ