NOTA REPRODUCIDA (·)
Fundador del rock mendocino, hoy expande su obra contra viento y marea.
Mario Mátar no sólo es el mejor guitarrista local sino el maestro que ha inspirado a generaciones. Una enfermedad lo ha puesto frente al desafío más grande de su vida.
(Foto: El guitarrista junto a su mujer Patricia, en una foto de 1984. Tienen una hija y una nieta. Es reconocido como el mejor instrumentista mendocino.)
Todavía se acuerda de la ‘cueva del genio’ bajo las ruinas de adobe de la ex bodega Tomba, donde un pibe de barbita (un técnico electrónico de rioba, el ‘genio’) enchufaba amplificadores caseros para la fraternidad rockera local de los ‘70s. “Y...había mucha onda y solidaridad entre nosotros. Estaba Siglo XXI, Éxodo, Lágrimas Blues. Tocábamos muy poco, así que todos nos convocábamos”, desanda Mario Mátar.
Acaso, está viéndolo todo en 3D: la cara de su primera maestra de guitarra, Celia Báez, que desistiendo del cuyanazo terminó aceptando la pasión del aprendiz por Led Zeppelin. La primera eléctrica que le compró su madre en Hoffmann. El toque que hicieron junto a Eduardo Aveni en el extinto cine de Las Heras, después de que les proyectaran unas pelis de la Coca Sarli.
Corría 1973 y, entre el audio de Almendra y Manal, Mátar empezaba a tantear sus creaciones.
De las catacumbas del under cuyano a los fondos de la pizzería que servía de búnker a Tiempo Después (su bandita iniciática, covers de Vox Dei), la vocación del violero de 16 creció.
Paradójicamente, a Mario - “que por esos tiempos hasta se llevaba la guitarra al baño”, atestiguan los parientes- le costó asentar la música como profesión: “Estudié dos años de Ingeniería y dejé; después terminé de cursar Agronomía, pero nunca dí los finales; lo mío, se sabía, era esto, aunque los adultos nunca te lo decían; eran unos guachos”.
Tiempo después, los músicos de la mítica Altablanca sufrirían otro par de aspiraciones fallidas: primero, la partida de Javier Segura a San Luis para estudiar Veterinaria; segundo, el reclutamiento de Natalio Faingold para la supuesta guerra con Chile, que lo dejó varado en Uspallata cuando la banda hizo el histórico megashow (‘79) de la bodega Arizu.
“Pará, estamos saltando los tiempos, las bandas”. Mucho que desgrabar del recuerdo tiene Mario, pero él es pura expresividad y paciencia. Sobre todo ahora que la enfermedad (artritis) lo sienta no detrás de las cuerdas sino delante de la pc. Y con total sinceridad repara: “Cuando me enfermé el Goy me dijo: ‘ahora aprovechá para difundir todo lo que has hecho’. Así que en eso estoy, trabajando imágenes, subiendo videos, reuniendo música. Siete discos tengo”.
Calcula hacia atrás, sin contar el máster en vivo de Altablanca. De modo que la banda sonora de su viaje existencial - desde el tour junto a Piero y Los Enanitos Verdes por todo el continente hasta la movida de Salsa Blanca en Italia- de repente suena a través de sus títulos: “Aún creo en el paraíso”, “Attesa silente”, “Aldea”, “Neptuno Club”, entre más.
Primer flashback: Mario tocando en línea junto a Los Enanitos Verdes (tanto en un teatro de Chubut con 1.500 personas como en el Coliseo de Ecuador frente a unas 12 mil), detrás del gran Piero de mediados de los ochenta. Segundo flash: Mario en la Toscana, junto al éxito latino que en Italia representó Salsa Blanca, haciendo mover a pulso funky y merengue al tano fiestero, cuando acá la inflación del ‘89 se comía los dientes.
Pero la cinta de un viejo cassete se enhebra en la charla y envuelve partes de un pasado solista, que Mátar inició tras su etapa con Piero, en una de las vueltas irresistibles a sus pagos: “Se llamó ‘Aeropuerto de pájaros’ y fue un riesgo que me atreví a asumir porque tenía a músicos de primera: el Facundo Guevara, el Pato Damon... Recién me preguntaste qué sueño me quedó en el tintero: creo que volver a tocar con estos grosos regrosos”.
El origen
“Hubo un día mágico en mi vida, un día choto que después se volvió fundamental: fue en abril del ‘76, un tiempito después de que subió Videla, el día en que nació Altablanca”. Mario busca una foto precisa en su Facebook, pero la escena mental lo puede.
Apunta: “Yo era el gordito dueño de la pelota ¿viste? El que llevaba la guitarra y los equipos en su camioneta; ese día nos habían prestado una casa para ensayar en la calle España; iba a juntarme con el Pompi Manzur (que no fue) y con el Negro Bardoni (que tampoco fue); al rato caen unos pibes vestidos de camisita y saco y con las caras pintadas como Kiss, que venían haciendo una publicidad de The Sportsman: eran el Javier Segura y el Natalio Faingold”.
Ahí nomás hubo reparto de instrumentos, zapada y brindis en Don Claudio para sellar una amistad musical que duraría varios años. “Natalio, al otro día, se compró una batería y le compró a Javier el bajo”. Había nacido Altablanca.
“Nunca, creo, sentí tanto swing instrumental como en los primeros tiempos de esa banda; algo que me dejaba tranquilo allá arriba, dibujando en la viola”.
Gracias Piero
“Musicalmente no era mi metier, pero con Piero yo obtuve dos picos: profesionalismo al mango y turismo a pleno”, consiente. Hasta entonces, Mario sólo había transitado la vía Mendoza-Los Ángeles, ciudad donde resistió 6 meses estudiando con cerebros, tentando a la fortuna y ganándose el pan en una orquesta medio chicana.
La cosa fue así: después de yirar por el norte -de donde se trajo una tremenda guitarra Roland- Mario volvió a Mendoza a esperar su viento. Y acá Marciano y Felipe le soplaron que se iban de gira con Piero (“entonces para la productora estaba primero Piero y después Soda Stereo, imaginate”) y que había un lugar.
“En Ecuador, en Colombia, Piero era una fiebre. Ahí los otros músicos empezaron a mirar para América Latina”. Paréntesis: el contrato de Mario con Piero termina después del tour “El regalado”, nuevamente se vuelve a los pagos. ¿Y Piero? “Le cambió el país, llegó la joda de los ‘90, se fue para Miami y le vendió por un millón de dólares los derechos a Televisa. Y sí”.
Volver al futuro
Pero hay más en el archivo: el recuerdo de Marciano (Cantero) ayudando con los cables a Altablanca; la llegada en el ‘81 del primer sonido-sonido cuando apareció Carlos Ruiz y conectó la manguera del operador adelante.
Y la inteligencia activa de Rodolfo Muratorio, que más tarde se convertiría en manager de Molotov, por ejemplo. “Él tuvo la idea de traer, para el toque de la Arizu, a un periodista de la Pelo y la Expreso Imaginario (las dos revistas de música más importantes de Buenos Aires), que después nos sacó un notón”. ¿Y por qué no cruzaron las fronteras? “Quizá la función de Altablanca fue otra: la de despertar la chispa, la de demostrar que acá pasaban grandes”.
Mucho material para Mario, que sigue recorriendo la ruta ya más conocida de Zonda Project y otros tantos aciertos (como productor, como director musical de Vendimias, como maestro de todos los guitarristas de aquí y allá), que sin embargo se ha puesto a diseñar el arte de tapa de sus discos, en casa. Una de ellas, aclara, será la del cuadro que pintó mi mamá, cuando nací. Igual, su cuarto está ilustrado -al igual que su computadora- con fotos de todos los tiempos del rock mendocino.
- ¿Dónde naciste?
- Tengo un conflicto con eso. Nací en San Rafael y ahí me crié hasta los 10 años, pero nunca lo sentí como mi patria.
- En cambio, Godoy Cruz te nombró su ciudadano ilustre.
- ¿Viste? Uno construye su patria.
Nunca tuvo pelo largo, ni patas de elefante, ni cuero negro. Si bien estuvo cerca de un ambiente fumón nunca le pintaron las drogas. Y la única vez que estuvo cerca de una celda, fue en la redada militar que se llevó a la prima, el abuelo y los chicos del Pulgarcito que estaban escuchando el toque de Altablanca.
- ¿Hubieras preferido construir tu carrera afuera?
-Me arrepentí de volver. Y no. Soy cien por ciento mendocino; eso es lo que ahora releo.
(·) Estilo. Diario Los Andes
Domingo, 21 de noviembre de 2010
Mariana Guzzante - mguzzante@losandes.com.ar
Querido Carlos,quiero agradecerte esta publicación y tu apoyo,y contarte que que salió una nota sobre mi en la revista veintitres...gracias por todo.Mario Mátar
ResponderEliminarMe emocionó el alma leer esta historia de Mario, además no puedo dejar afuera a Javier y a Natalio, mirá si mendoza le dió algo al rock nacional. se me pianta un lagrimón. Saludos y gracias por la nota, soy Jorge, un mendocino que vive fuera de mendoza, y nunca deje de serlo ni de sentirme mendocino
ResponderEliminar